Un “Compay” Que Baila Como Egipcio

Por Martin Peregrina ©

¿Qué relación puede haber entre un compay cubano y Amenofis IV?, ¿Entre un kikirikí isleño y el dios Horus?. Pareciera una imprudencia hermanar tales personajes. Sin embargo, tal problema halla su solución en la pintura de Carlos Luna. Al menos en la serie que ahora nos muestra, la relación mencionada es más cercana de lo imaginado.

Recordemos que las representaciones pictóricas primitivas, aquellas que reflejan la civilización temprana, dieron cuenta de la clase y función de los objetos y seres representados por medio de esquemas geométricamente definidos.

En los murales egipcios, se representaban los rasgos más significativos, tanto de los seres humanos, como de los animales y plantas. Crear por medios ilusorios las relaciones espaciales entre ellos y su entorno, era una cuestión innecesaria. Sabemos incluso que fenómenos atmosféricos tan cotidianos como las nubes, las puestas de sol, o el propio cielo azul, nunca fueron incluidos en sus pinturas, por considerarlas fuerzas contrarias al orden humano. Tenemos entonces que el tema primordial de sus representaciones era el hombre: Las actividades humanas, civiles y religiosas, que desarrollaron los egipcios durante los periodos faraónicos.

Empecemos entonces a tender lazos. El modo en que los egipcios representaron la figura humana, método tan singular que el propio R. Arnheim le da validez autónoma “El método egipcio”, consiste en: Figuras masculinas o femeninas, de pie o sentadas, con cabezas y piernas de perfil, pero sus torsos vistos de frente, frontales. El ojo del individuo, que también “debía” presentarse de perfil, está dibujado frontalmente. Este mismo esquema, lo podemos reconocer en los personajes de Carlos Luna. Evidentemente, no existe una transposición total: En las pinturas de Luna también encontramos personajes vistos de frente, pero que mantienen un mismo esquema sintético de identificación y expresión. Pero en su mayoría, se tratan de individuos de perfil con ojos vistos frontalmente. Tal método de representación refuerza el impacto directo del objeto, su identificación sin preámbulos.

La figuración que Carlos Luna ha manejado hasta ahora, presenta al hombre como tema principal, como centro ordenador de todo acontecer, de toda circunstancia. Por supuesto, se trata de un individuo con un contexto diferente al de aquel egipcio; Y por ende, con otra historia que contar. Pero antes de revisar las posibles coincidencias en el mensaje, terminemos de mencionar aquellas de índole representativa.

El hecho de que la pintura egipcia fue básicamente un medio para contar, no excluye su refinamiento plástico. La pureza de la línea y la fina harmonización en el manejo del color, alcanzaron resultados impresionantes. Luna también ha demostrado una gran depuración técnica, sobre todo en sus recientes series, en donde la gama cromática se ha ampliado, y la línea adquiere cualidad de forma y viceversa. Muestra también una novedosa línea discontinua, a manera de “Bordado”; elemento que juega un doble papel: El de bordado como tal, representado como parte de la vestimenta de sus personajes. Y como bordado ilusorio, que sujeta al personaje, como si fuese un gran recorte, sobre la tela en que se halla pintado. Otro elemento impactante e innovador es la representación de la tela de encaje, con la que viste a sus personajes: Meticulosa filigrana de materia y color. Todos estos elementos crean una verdadera “fiesta visual”, que inevitablemente atrapa la mirada del espectador.

La figuración simbólica también muestra sorprendentes coincidencias. Cuantas veces Luna nos ha mostrado aquel personaje con cuerpo humano y cabeza de gallo, como el individuo que adquiere mediante el nahual las cualidades de su animal hermano. Obviamente cualidades sobrehumanas, semi-divinas. Personaje nada lejano a la representación de diversas divinidades egipcias, que muestran cuerpos humanos y cabezas de animales; personajes como Horus, el dios-halcón, Anubis, el dios-chacal, o Sebek, el dios-cocodrilo.

Y aquél personaje misterioso, del que solo vemos medio rostro frontal asomado; en ocasiones travieso, en otras siniestro, que no es sino una interpretación que Luna hace de Elegguá, el santo-niño del panteón yoruba. Personaje que también encuentra su equivalente en Atón, el disco solar; único dios impuesto por Akenatón, el faraón herético. Representación que aparece en numerosos murales y bajorrelieves en Tell-el-Amarna, disco solar que emana sus efluvios sobre Akenatón y su esposa Nefertiti.

Las relaciones encontradas no significan de ningún modo una apropiación. En la pintura de Carlos Luna igualmente podemos encontrar reminiscencias de otros estilos representativos, pero coincidentemente primitivos: etruscos, africanos, bizantinos. Esto revela que la pintura de Luna ha surgido de las fuentes, y de modo natural. Él mantiene esa filiación con las raíces multiculturales de su patria, raíces de verdad añejas. Y bien sabemos que ésta misma herencia ha dado fabulosos frutos en la obra de otros creadores.

Evidentemente la pintura de Carlos Luna ofrece cualidades propias: Exhuberancia cercana a la estridencia, refinamiento técnico, colorido vibrante, y un humor festivo, popular pero a la vez refinado. Además, el contexto mexicano se deja sentir ya en su obra, sobre todo en el barroquismo cromático y artesanal.

La garantía que nos ofrece reconocer los valiosos orígenes de su pintura, nos permite acercarnos ahora, (a través del singular paralelismo egipcio) a las motivaciones que van generando su obra, a lo que constituye su verdadero arte, su alma. Y podemos jugar entonces con la perspectiva que nos da el tiempo y el espacio.

Ya vimos que, tanto los murales egipcios, como la pintura de Luna nos cuentan historias; historias centradas en el hombre y su contexto. En ambos casos, manejando un método de representación semejante, que refuerza la expresión de los dos discursos. Sin embargo, las historias egipcias nos muestran una diversidad temática determinada por los sucesos cotidianos: El trabajo, la condición social y la religión. El pintor estaba limitado a la crónica impersonal. En otros casos de representación primitivos, como en la pintura bizantina y románica, el panorama temático es más reducido, pues el pintor estaba comprometido a representar exclusivamente la iconografía cristiana: Dios-Cristo, la Virgen y el coro angélico. Obviamente, empleando una figuración también esquematizada.

Tal autonomía plástica, lograda por la delimitación temática, pero sobre todo por la esquematización y la reiteración, crea una barrera virtual, un distanciamiento. El espectador se vuelve testigo inerme de un orden distinto al tradicional humano, una dimensión inaccesible, pero al mismo tiempo fascinante.

La obra de Carlos Luna ha alcanzado ese punto. Curiosamente, la barrera a la que nos referimos, toma cuerpo en sus pinturas a través de un elemento constante en su obra: Las cortinas, barrera festiva que acentúa la presencia de los personajes, su espectacularidad; pero que también nos delimita un espacio escenográfico al que no podemos penetrar, solo admirar.

Su iconografía, plenamente decodificable, da forma a conceptos tales como: Identidad cultural (cubanidad), identidad personal (virilidad), e ironía. La ironía produce ciertamente humor.

La autonomía plástica alcanzada por Luna, supera ya la búsqueda de un estilo, que ha alcanzado, penetrando en el territorio primitivo que busca atrapar la atención del espectador, imponer su presencia, y llenar los posibles vacíos con su otredad.

Afortunadamente no estamos frente a un producto del mounstro de mil caras llamado mass-media, pero tampoco ante la obra de un pintor-cronista egipcio. Mucho menos ante el dictador que impone doctrinas cada vez más vacías, ya sea desde el trono o el púlpito. Estamos en cambio, frente a la obra de un artista libre, pero disciplinado en una fe: En la de sí mismo, y en la de los límites que él mismo va marcando. Su propio desarrollo serial así lo ha demostrado.

Por ahora, solo basta dejarnos hechizar con las historias del Compay: Un guajiro bullanguero y ricachón, que cuida de su platanal, que puede sentir nostalgia, que puede sentir calenturas, y que en su frenético discurso, parece bailar como egipcio.

Puebla, Mexico, 2001